

Ganador del Premio Pritzker el año 1995, la obra del arquitecto japonés se caracteriza por el minimalismo, que vincula principios tradicionales de la estética japonesa con elementos modernos. Maestro en el uso del hormigón a la vista, logra integrar las edificaciones a sus entornos como si fueran piezas de un rompecabezas. Sus edificios, desde los más sencillos hasta aquellos monumentales, envuelven en un juego de luz y sombras que invitan a la contemplación.
Tadao Ando, nacido en 1941 en Osaka, Japón, creció en un contexto de posguerra, criado por su abuela, quien le inculcó valores de autodisciplina y libertad intelectual. Su primer sueño fue ser boxeador profesional, pero una visita al Hotel Imperial de Tokio –diseñado originalmente por Frank Lloyd Wright– cambió su destino para siempre. Esa experiencia marcó el inicio de una carrera que lo llevaría a ser uno de los arquitectos más influyentes del mundo.
Autodidacta por necesidad y convicción, Ando no pudo pagar una carrera universitaria. Se formó a través de clases nocturnas de dibujo, cursos por correspondencia y, sobre todo, por su obsesión con los croquis de Le Corbusier, a quien consideraba su guía espiritual. A los 23 años viajó por el mundo en busca de inspiración: Europa, India, África y Estados Unidos. Nunca llegó a conocer personalmente a Le Corbusier, pero el viaje fue determinante en su formación.
En más de cinco décadas de trayectoria, Ando ha desarrollado más de 300 proyectos alrededor del mundo. Ganó el Premio Pritzker en 1995, un reconocimiento que lo consagró como uno de los grandes referentes de la arquitectura contemporánea. Su estilo se caracteriza por una sensibilidad única que fusiona el minimalismo japonés con técnicas constructivas occidentales, una obsesión por la luz natural y un uso poético del hormigón visto.
“El hormigón puede ser suave como la seda”, sostiene. Sus obras se distinguen por estructuras de líneas puras, geometrías simples y una profunda conexión con la naturaleza. Para él, el diseño debe trascender lo funcional: “Construyo no sólo para la confortabilidad del cuerpo, sino para la confortabilidad del espíritu”.
Una de sus creaciones más emblemáticas es la Iglesia de la Luz (1987), en Osaka, donde una cruz calada en un muro de cemento permite que la luz natural transforme el espacio en un santuario espiritual. También es notable su proyecto Casa en Utsubo Park (2007), que demuestra su habilidad para crear un universo en espacios limitados. En esta obra, un patio interior conecta cielo, lluvia y vegetación, proponiendo una experiencia íntima de comunión con el entorno.
Ando ha sido clave en transformar la pequeña isla japonesa de Naoshima en un polo de arte contemporáneo a través de una serie de museos integrados con el paisaje. Uno de ellos, el Museo Chichu (2004), está completamente enterrado en una colina y se vale de la luz natural para exhibir las obras de artistas como Monet y James Turrell.
Su primer gran obra monumental fue el Museo de los Niños (1989), en Hyogo, donde el agua y el paisaje se entrelazan con la arquitectura. Más adelante, con el proyecto Yumebutai (2000) en la isla Awaji, consolidó su visión del urbanismo y paisajismo al crear un complejo con jardines, terrazas y estructuras en armonía con la topografía.



En esa misma isla diseñó el Templo del Agua (1991), rodeado de montañas, campos de arroz y un estanque de lotos. El acceso, a través de un recorrido en espiral descendente, busca inducir una experiencia casi mística. Otro proyecto destacado es el Shanghai Poly Grand Theatre (2013), una imponente caja de hormigón con perforaciones elípticas, rodeada de una cortina de vidrio que desafió los límites de la ingeniería.
Ando también dejó su huella en América Latina con la Casa Wabi (2014), una residencia de artistas frente al mar, en Puerto Escondido, México. Allí combinó materiales tradicionales con hormigón brutalista, logrando un equilibrio entre lo rústico y lo contemporáneo. El muro perimetral de 312 metros enmarca el paisaje oceánico y convierte la vivienda en una obra única.
A lo largo de su carrera, también ha trabajado en la rehabilitación de edificios históricos, como una villa italiana del siglo XVII por encargo de Luciano Benetton, o más recientemente la Bourse de Commerce de París (2021), donde diseñó un cilindro de hormigón dentro del edificio original del siglo XVIII para albergar el museo de arte contemporáneo de François Pinault. “Ha logrado la hazaña de crear un mundo nuevo dentro de este edificio”, expresó el coleccionista francés.
En 2014, Ando enfrentó un duro diagnóstico: cáncer pancreático. Fue sometido a una operación radical en la que le extirparon varios órganos vitales. Contra todo pronóstico, sobrevivió. La experiencia reforzó su visión de la arquitectura como un espacio de introspección y conexión espiritual. A sus 83 años, sigue activo y comprometido con proyectos en Suiza, Alemania, Francia, Reino Unido y su país natal.
Tadao Ando no solo diseñó edificios. Redefinió la arquitectura como arte, experiencia y contemplación. Su obra es un testimonio de perseverancia, sensibilidad y profundidad filosófica. En sus propias palabras: “Al realizar mi arquitectura me pregunto cómo podría diseñar cosas que permanezcan eternamente grabadas en el alma de los hombres”.
