
Norman Foster es el personaje más influyente de la arquitectura de las últimas décadas. Sus obras invitan a reflexionar sobre el funcionamiento de las ciudades, la sustentabilidad del planeta y el poder transformador de la tecnología y el diseño.
“El primer dibujo que recuerdo haber hecho es el de un avión”. Durante toda su vida, Norman Foster estuvo fascinado con volar. Si le hubieran enseñado a ser piloto cuando se alistó en las Fuerzas Aéreas Reales tal vez este joven nacido en 1935 en Cheshire, Inglaterra, habría tomado otro camino. Pero a los 21 se dio cuenta de que quería convertirse en arquitecto.
Hijo de una camarera y del dueño de una casa de empeños, creció con la ambición de huir de la pequeña casa familiar. Cursó en la School of Architecture and City Planning de la Universidad de Manchester y obtuvo las mejores notas. Eso le permitió ganar una beca para realizar un máster en la Universidad de Yale, Estados Unidos.
En 1967 fundó Foster Associated, hoy Foster+Partners. El gran despegue del estudio ocurrió cuando diseñó en 1985 el Banco de Hong-Kong y Shanghai, un rascacielos de cristal de 47 plantas con el que mostró nuevas maneras de trabajar con los materiales y puso la estructura en el exterior.


Hoy es una figura de dimensión global y sus edificios están por todos los rincones del planeta. “Para mí la arquitectura es una misión más que un trabajo”, afirmó. Su preocupación desde su primer gran proyecto (el edificio Willis Faber, de 1970) es el medio ambiente, la sustentabilidad y la eficiencia a través de la tecnología y la economía de medios. Aprovecha siempre el sol y el viento y está convencido en la integración armoniosa entre lo viejo y lo nuevo.
Un claro representante de su filosofía “verde” es la torre Hearst en Nueva York -culminada en 2006-, que fue pensada de la manera más ecológica posible. Usa un 20% menos de acero y el 80 % de ese acero es reciclado. Al mismo tiempo, inauguró una nueva geometría.
Otro de sus trabajos icónicos fue la reconstrucción del Reichstag de Berlín. En 1993, cuando Foster empezó a trabajar en la cúpula de cristal del parlamento alemán fue consciente de estar creando un nuevo emblema.
Un proyecto de Norman también muy aplaudido resultó el Apple Park. Un edificio en forma de anillo con doce hectáreas con unos 9.000 árboles nativos se convirtió en la sede de la compañía de la manzana en Silicon Valley.
Es larga la lista de sus obras emblemáticas, también figuran la Millenium Tower, en Japón (1989); el 30 St Mary Axe (2004) de Londres; The McLaren Technology Centre, de Surrey (2003) y el Metro de Bilbao, en España (1995). Incluso, dejó huella en la Ciudad de Buenos Aires: realizó en 2016 la sede del Gobierno porteño, ubicada en Parque Patricios, que cuenta con técnicas y estándares de cuidado ambiental.

SIN PAUSA
El premio Pritzker, el Princesa de Asturias de las Artes, el Praemium Imperiale de Arquitectura en 2002, más lo que reunió con su estudio, en total Foster cuenta hasta 500 galardones. Además, en 1990 fue nombrado caballero por la reina Isabel II y también recibió, siete años más tarde, el título nobiliario vitalicio de Barón Foster de Thames Bank.
Las razones de tanto reconocimiento se explican en su mirada visionaria: “Como equipo hemos reinventado los aeropuertos, la naturaleza de la construcción en altura, la manera en que se crea un nuevo ciclo de vida para un edificio histórico manteniendo lo mejor de su pasado”, observó.
El arquitecto, que acaba de cumplir 88 años, no piensa descansar. Su edad no le resta energías para seguir imaginando el futuro. “Me encantaría volver a hacer cada uno de los proyectos que he hecho y darles una segunda vuelta, siempre se puede ir un poco más allá”, sentenció.





