Una estancia familiar de mil hectáreas alejada del ruido, en la provincia de La Pampa, encierra una inesperada propuesta de turismo gastronómico de calidad a cargo del chef español Javier Araujo Montes.
Por el Hotel La Pampeana no se llega de paso, se va especialmente. Situado en medio de la llanura argentina, lejos de todo, cerca del pueblo Sarah y a 20 km de General Villegas, invita a sumergirse en una propuesta gastronómica única a cargo de Javier Araujo Montes.
La historia de cómo llegó un chef español de prestigio internacional a una remota estancia de mil hectáreas con un casco de principios del siglo XX en la provincia de La Pampa forma parte de una gran aventura.
En el año 97 cuando daba clases en una escuela de hotelería en Canarias conoció a Betina Lago, una argentina que luego se convirtió en su esposa. Pasaron un tiempo en España, hasta que Javier dijo basta: “Trabajaba muchas horas diarias y ya no estaba disfrutando”, confiesa. Era momento de cambiar de rumbo.
En 2002 la pareja decidió ir a la Argentina y convertir en hotel rural a la casona de 1915 donde había funcionado un frigorífico. “Vine sin pensar, con la idea de hacer la cocina que a mí realmente me gusta. Y logré mi objetivo”, asegura sin siquiera un atisbo de acento argentino (“porque tengo una personalidad bien marcada”, observa).
Tras una compleja remodelación, la estancia quedó acondicionada para recibir al turismo en cinco habitaciones donde predominan la sobriedad, los espacios amplios, los pisos de pinotea y los muebles antiguos.
Ya hace 18 años que está abierta al público como casa rural para recibir a viajeros que buscan gastronomía de primer nivel. Y acá Javier decide aclarar bien el concepto: “No es aquel turismo de la fiesta del salamín, ese es un turismo social, donde te reunís con cuatro o cinco amigos con la excusa de comer un salame. Acá la propuesta gastronómica consiste en sentarse a comer y vivir una experiencia tanto física como mental de otro nivel. Lo que se siente es diferente, por ahí comés algo y te comienza a brotar un sentimiento, tal vez surge una lágrima o se te pone la piel de gallina. A eso nos dedicamos aquí”.
Además de la buena cocina, la paz y el silencio están asegurados en este refugio rural que tiene capacidad para unas 12 personas en total. Los huéspedes saben que tendrán intimidad y trato exclusivo.
Un enorme jardín con eucaliptos, paraísos y frutales con paisajismo a cargo del estudio Carlos Thays, piscina, masajes y caballos a disposición son otras de las sorpresas que se encuentran en este rincón del mundo. Pero, hay que insistir con el punto, la gran protagonista acá es la cocina de Javier Araujo Montes.
Experiencia sublime
La idea de hotel rural gastronómico no es sólo una forma de describir lo especial que resulta el lugar, sino que es un concepto que se disfruta cada día, desde las primeras horas de la mañana entre tazas de café y croissants y brioches recién horneados, jugo exprimido, huevos revueltos trufados y jamón serrano cortado a cuchillo.
Luego siguen las comidas principales. Javier repasa sus platos más icónicos con pasión. Codorniz rellena con trufa y foie es uno de los favoritos de su cocina. Otros de sus grandes platos son las ostras al champagne; el milhojas de pimientos de piquillo con bacalao y caramelo de regaliz; el rabo trufado; los chipirones rellenos y el alcaucil a la plancha con jamón serrano. ¿Un postre? El chef elige uno muy especial: “Helado de tabaco. Hacemos un juego para servirlo. Les pedimos a los clientes que pongan las manos haciendo un cuenco y ahí les echamos un whisky bourbon y los invitamos a frotarse las palmas. Se desprenden aromas. Después les ponemos una ‘quenelle’ de helado de habano y la sensación cuando lo comen es que están fumando un habano. Es una cosa muy curiosa”.
Los productos únicos marcan el estilo de la carta de La Pampeana. En invierno, las trufas son la gran estrella. El cocinero las compra en la localidad bonaerense de Espartillar, donde se encuentra la mayor trufera de Argentina. “Le damos mucha importancia a este producto porque es la reina del sabor en la cocina. Va con todo. Con dulce, salado, amargo -detalla el anfitrión de esta casona familiar y sibarita-. Cuando la servimos, primero mostramos cómo es una trufa entera, explicamos lo que son, cómo se cosechan, olfativamente les enseñamos cuándo están mejor y la forma en la que se van a presentar, si laminadas o ralladas”. Y no sólo son ingrediente fundamental de sus platos, también ha llegado a poner trufas como lujoso centro de mesa.
Javier es un enamorado de lo que hace. Asegura que pasa entre ocho y diez horas preparando los nueve pasos que componen su menú degustación, que cambia a diario y se sirve a un precio de 160 mil pesos. “Si para alguien es un gasto que ni aparezca por acá -advierte el chef-. Esto es para gente que realmente disfruta de la gastronomía y que se quiere dar un mimo a sí mismo. Es una inversión. Y por más que te lo cuenten, hasta que no estás acá no la vas a creer. Todos sienten que es una experiencia que no esperaban”.
Extranjeros, argentinos, celebridades llegan a este sitio remoto que es el secreto para bon vivants mejor guardado. “Estoy en una localidad muy chiquita, en La Pampa, en un hotel pequeño y no soy un cocinero mediático. Pero cada vez me conoce más gente. Los pasajeros nos van recomendando”.
Fuera de las guías, vale la pena poner en el radar al Hotel La Pampa, un remanso de paz donde descansar y, sobre todo, comer como los dioses.