Apuntes de una reforma que convirtió a un clásico chalet de los años 80 en una casa contemporánea con un elemento distintivo: una reja hecha a medida.
Fotos: Javier Picerno
Por Bill Marshall, consultor de fachadas y cubiertas.
Verdaderamente es una casa que canta. Es una talentosa solución para la renovación de una vivienda de la década del 80 en el tradicional y activo Barrio Palermo de la Ciudad de Buenos Aires, en una zona de morfología, usos y estilos arquitectónicos heterogéneos como Petit hoteles, palacetes residenciales, muchos de ellos ocupados por embajadas, edificios de apartamentos e institutos educativos y de salud. Aunque los edificios eclécticos de la década de 1930 y las calles arboladas (principalmente por tilos) son los que le dan su carácter al barrio.


En esta trama tan dispar, la decisión fue mantener la volumetría de la vivienda existente (estilo “chalet” unifamiliar, con techo a dos aguas al frente y contrafrente) y “vestir” la casa, como quien se pone un guante que cubre, protege y adorna una mano. El “guante” se materializó con una reja que cubre -casi que se posa- sobre cubierta y paramentos verticales (incluyendo ventanas) con un diseño biomímico de fina filigrana construido en aluminio. Deliberadamente la reja no llega al piso para enfatizar la idea del “guante que cubre”. El guante pone en valor la fachada sin estridencias, incluyendo a la cubierta como protagonista de la fachada. Este guante ornamenta, y comunica con el entorno con buena onda y de manera innovadora y respetuosa.
El interior se reorganizó espacialmente para adecuarlo al estilo y demandas de la vida urbana actual, incorporando los nuevos usos y costumbres: movilidad, conectividad, wellness, homeworking, vida social, sostenibilidad y tecnología.
Dan cuenta de esto el amplio guardacoches/motos/mud-room, el gimnasio y sala de yoga, los espaciosos y luminosos dormitorios y sanitarios, la amplia recepción con el espacio para cocinar integrado, y zonas identificadas por la especialidad y equipamiento como es el caso de la original área de silencio. Pantallas, automatismos y domótica dan vida e inteligencia a todos estos espacios.


Una atmósfera Zen predomina en el jardín privado y participa del espacio interior.
Si por un momento asimilamos la arquitectura a la música, una tranquila y generosa flexibilidad y diafanidad componen la delicada melodía que tiene la casa, al tiempo que la envolvente es el instrumento que se comunica con el público.
Hay un componente subliminal, muy sutil de esa melodía que se siente al recorrer la casa y es que deliberadamente los diseñadores han reducido los colores presentes en la casa a solamente tres: blanco, madera y gris.
Otro componente de la melodía es el arte, presente con pinturas del artista plástico argentino Duilio Fonda, que ayudan atinadamente a la composición de la casa.
Desde lo constructivo, las paredes exteriores se abrieron hasta lograr prácticamente un 95% de transparencia con el exterior por medio de aberturas vidriadas oversize de alta prestación térmica y acústica. Se rehizo la cubierta impermeable reemplazándola por una nueva con mayor aislación térmica, metálica sobre las losas de hormigón inclinado existentes. Lo propio se hizo con las seis lucarnas que se mejoraron térmicamente y revistieron con planchas de aluminio de una pieza por cada plano, para minimizar las juntas y que aparecen como los dedos del guante.

