Mirian Coronel, Gerenta de Marketing de Azcuy, conversó con Marcelo Cantón, creador de Mishka, en su nueva tienda de Alcorta acerca de la elegancia atemporal
Marcelo Cantón estudió arquitectura y se convirtió en un gran referente de una generación de diseñadores en Argentina tras crear vidrieras para Harrod´s, diseñar tiendas y trabajar en la imagen de grandes marcas de moda del país. Junto a su socio, Diego Trivelloni, decidieron crear una nueva marca para las mujeres que valoran no solo la calidad y el know how, sino que también valoren el estilo. Así nace Mishka.
¿Cómo empezaste? ¿Tu familia tiene algo que ver con la producción de zapatos?
No, en realidad vengo de la construcción. Mi papá era ingeniero, hacía casas, obras de hormigón, así que me crié entre ladrillos. Pero la parte femenina de mi familia era muy ávida de las prendas clásicas, del cuero, la calidad, y tuve ese aprendizaje del old fashion. Mi abuela tenía un set de valijas rojas, todas iguales e impecables. Mi madre se casó con un trajecito Chanel rosa pálido. De chico me llamaba mucho la atención esa elegancia tan sobria. Soy hijo de una familia muy europea, pero también muy argentina, arraigada a esta tierra, con vida en el campo, en Entre Ríos, a las orillas del río Uruguay. Es algo que ahora valoro mucho; me dio una formación muy interesante, porque son valores que trascienden y se transpolan a la moda. Yo no creo en las modas, pero sí en la moda. No creo en las tendencias, sí en el estilo. Considero que la elegancia es sobriedad y, aunque suene a frase trillada, que menos es más.
Fueron cosas que fuiste cultivando a partir de esa crianza y educación…
Sí. Luego, al hacerme arquitecto funcionalista, aunque no estoy recibido, corroboré todo esto que venía de mi familia. Ese estilo en el que no van los ornamentos, donde la propia estética es la que define, donde la belleza está en la verdadera expresión del material, en la confección, tanto en la arquitectura como en la indumentaria.
¿Y cómo inicia tu interés por la moda y los zapatos, viniendo de la arquitectura?
Tenía 18 años, era la época de la vuelta de la democracia, las bienales de arte, toda esa explosión cultural del under, Bolivia, El Dorado. Comencé a hacer vidrieras. Me llamaron de Harrods´, después de la marca Daniel Cassin, y empecé a relacionarme con diseñadores gráficos. Pusimos un estudio de diseño y, sin darnos cuenta, empezamos a asesorar en imagen corporativa, algo que no existía en ese momento. Y así nos fuimos haciendo cargo de la comunicación, las campañas y empezamos a trabajar con varias empresas en el restyling y posicionamiento de marcas.
¿Ahí se fue dando un poco la conversión entre ser arquitecto y diseñador para convertirse en empresario?
Sí, pero en ese momento todo era bohemia pura. Siempre le digo a los más jóvenes: disfruten el momento. Traten de hacer changuitas, pero disfruten esa bohemia de hacer algo por el sólo hecho creativo. Yo no soy un artista ni un escultor. Soy muy técnico, y por eso pude hacer zapatos. Pero siempre buscamos ser rupturistas, hacer cosas fuera del circuito comercial. Mishka nació en abril de 2001. ¡Imagínate si nos preocupaba facturar una idea en ese momento! (risas). Nuestro negocio pasaba por otro lado: lo inmobiliario, el asesoramiento de marcas. Pero encontramos un local antiguo en Palermo Viejo, que era un lugar de compostura de zapatos de unos armenios, abandonado desde hacía 30 años pero en muy buen estado, y dijimos: “Pongamos una zapatería”.
Bueno, si uno piensa en todos los artículos y accesorios de moda, los zapatos son los que tienen más que ver con el concepto de arquitectura, ¿no?
Sí, pero en ese momento era como si hoy me dijeran de abrir una empresa de vidrios soplados (risas). Lo cierto es que, con esta aventura, empezamos a descubrir cosas que no habíamos estudiado. Yo sé de historia de la arquitectura, sobre todo de la moderna, pero no sabía de historia de la moda. Y cuando descubro a Salvatore Ferragamo se me puso la piel de gallina. Un maestro total, que hizo sus primeros zapatos para su hermana, porque andaba descalza. El pionero en todo, y sin ninguna formación.
¿Su figura fue inspiradora para vos?
Claro, en eso momento noté que la mayoría de los zapateros eran hombres, pero también empecé a recordar ese fetiche de la mujer con el zapato, como objeto de deseo. Me armé enseguida de un enfoque basado en las dos películas que tienen que ver con eso: El mago de Oz y Cenicienta. ¡Y ahí entendí todo: la magia que tiene el zapato para la mujer!
Así es que dijimos: “Vamos a fabricar zapatos”. Y desde una concepción de arquitectura de la época industrial, nos propusimos que nuestros zapatos debían ser cómodos. La mujer no puede estar sobre quince centímetros yéndose para adelante o para atrás. Empezamos a estudiar lo que tenía que ver con el enfranque, con la inclinación, con cómo apoya el pie. Hay una diferencia muy grande entre la indumentaria y el calzado. Una prenda te puede quedar mejor o peor, pero el zapato afecta toda tu estructura, el equilibrio. Y la mujer de hoy ya no es Cenicienta: es una mujer que pisa fuerte, que hace de todo. Pensamos que el zapato tenía que estar fusionado con el calzado deportivo. No llegar a ser una zapatilla, pero sí ofrecer cierto confort. Eso nos llevó a tener que hacer ciertas cosas técnicas, que no se hacían en Buenos Aires en esa época; y costó un montón lograr, con la construcción, para que el metatarso apoye sobre algo acolchado y que la pieza tenga un cambrillón fuerte para que el taco no baile. Fijate que la arquitectura siempre estuvo presente, porque hablamos de materiales, de resistencia, de estructura.
Así que, de hacer edificios, pasamos a hacer zapatos. Y hoy, cuando me preguntan qué hago, respondo muy orgulloso: “Soy zapatero”.
Tenés una aproximación a la materialidad diferente, porque se ven creaciones con sogas náuticas, con tacos símil piedra. Cuando te planteas una colección, ¿cómo empieza ese proceso?
Hay muchos disparadores, pero en general son los materiales. Una tela, una madera, un acrílico. Y después vienen los diseños. Pero es algo muy intuitivo, espontáneo. Además, tenemos la ventaja de que no hacemos temporadas, por lo que son creaciones que no caducan a los seis meses. Siempre le pregunto a lo que recién empiezan: ¿Vos recordás las temporadas, o las décadas? Ahí te das cuenta de que el proceso del vestir y el usar tiene que ver más con esos períodos, y eso nos ayuda mucho porque apuntamos a construir y hacer evolucionar un estilo. Es un postulado intrínseco a la marca que nos da mucha libertad creativa. Es fabuloso cuando un diseño llega a ese punto donde trasciende al tiempo.
¿Dónde radica la mística de Mishka?
En ser auténticos. Nunca usamos modelos, ni personas famosas, ni buscamos mostrar un lujo ligado a la imagen. Mishka salió de las calles empedradas de un barrio de Buenos Aires. Es la no pretensión, pero también la pretensión máxima.